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movió, abrió un ojo y se puso rígido. Su pelo blanco era un revoltijo, y su cara alargada
una masa de arrugas sorprendidas.
Cramer se puso un dedo sobre los labios, en señal de silencio.
 Soy yo, Cramer.
Brannon abrió la boca y sus ojos se agrandaron y redondearon incrédulos.
 Con una cara nueva  añadió Cramer.
 ¿Cómo lograste...?
 Me sentía solo en la gran ciudad. Ven, están sucediendo cosas.
 Las defensas... ¡por Dios!
 Las he suprimido.
 ¿Que hiciste qué?
 Sólo por un rato.  La vista de Cramer abarcó el dormitorio, las figuras dormidas de
los internados, los guardias inutilizados . Reza por que nadie se cerebrotice por ahora.
Brannon se puso de pie, entumecido, y tomó mecánicamente su bata marrón. No le
quitaba los ojos de encima a Cramer. Cuando habló, su voz temblaba.
 Hijo: esto supera mi comprensión... Estoy estupefacto. No sé qué decir.
 No digas nada, Doc. Sólo apresúrate.
Cramer volvió por el pasillo, con Brannon pisándole los talones.
Hicieron una pausa en el vestíbulo.
No hubo ningún movimiento. Sólo los pasillos vacíos y a media luz, el silencio del
anochecer.
Se reclinó contra la pared, cerró los ojos.
La voz de Brannon denotaba inquietud.
 ¿Qué ocurre?
 Nada.
 ¿Por qué te detienes?
 Estoy haciendo cosas.
 ¿Estás qué?
 ¡Chist!
Envió a su mente a través de los pisos. Serpenteando, tocando... Podía ver los pasillos
de los otros pisos, a los pacientes que dormían profundamente o que dormitaban a ratos,
a las enfermeras y los guardias que cumplían la vigilancia nocturna o las rondas, los
psicomédicos y clínicos dormidos en sus cuartos. Las cinco habitaciones del doctor
Parker estaban vacías, la cama aún sin deshacer. Su oficina, dos niveles más abajo,
estaba a oscuras.
 ¿Alguna vez soñaste con un globo azul, Doc? Brannon se quedó sorprendido.
 Pues, sí... Un globo azul.
 Divertido, ¿no es así?
 ¿Cómo demonios lo supiste?
Cramer sonrió.
 No eres el único.
Brannon le tironeó de la manga.
 Tienes que decirme lo que estás haciendo, muchacho. Tienes que decírmelo.
 ¿Recuerdas a nuestro amigo Gains?
 Claro.
 Pues está acampando aquí, en alguna parte.
 ¿Aquí?
 Así parece.
 ¿Cerca de Kenmore, quieres decir?
 Adentro de Kenmore. O, si no, tiene alguna conexión.
 ¿Cómo es posible?  susurró Brannon.
Cramer se encogió de hombros.
 Voy a ver otra vez.
 ¿Qué?  Brannon estaba perplejo.
 Silencio, esto requiere algo de concentración.
Cerró los ojos.
Estaba en el garaje. Oscuridad. Nada, allí.
Estaba en las colmenas. Hilera tras hilera. Todas vacías.
Estaba en la sala de máquinas. Engranajes y palancas. Metal bruñido. No quedaban
rastros del incendio en ninguna parte. Habían arreglado todo. No andaba nadie por ahí.
Kenmore era lo que pretendía ser: un hospital gigantesco, dormido, un lugar de asilo y
esperanza para los enfermos. No había nada fuera de lo común allí, nada que descubrir.
Los cables se desprendían de las máquinas. Siguió la trayectoria de éstos. Se
extendían por todo el edificio, continuaban debajo del piso de la sala de máquinas. Bajo
tierra.
Volvió hacia atrás. Esta vez encontró la puerta.
Y el túnel subterráneo.
 Vamos abajo  le dijo Cramer a Brannon.
Cramer ya estaba a mitad de camino hacia los ascensores. Brannon trotaba detrás de
él.
Bajaron.
 Te aseguro, muchacho, que esto es una verdadera locura.
 ¡No has visto ni la mitad!
Cramer se rió y guiñó un ojo. Esperaba.
Descendieron en el cuarto piso. Un guardián giró sobre sus talones y su mano buscó
el...
Giró sobre sí mismo, sus piernas se aflojaron bajo su peso y cayó al suelo.
Brannon miraba con ojos desorbitados. Se volvió hacia Cramer.
 Pero... ¿Has visto... eso?
 Seguramente, indigestión.
Se detuvieron frente a unas puertas de caoba, con picaporte de bronce. Estaban
cerradas con llave. Un chasquido y se abrieron.
 No te alejes  dijo Cramer.
Estaban en las habitaciones de Parker.
El lugar estaba decorado como un museo: sillones de felpa, tapices bordados,
alfombras, tapetes. Paños y cortinas se extendían en las paredes; espejos de cuerpo
entero, cuadros de árboles, montañas, arroyos en pesados marcos labrados. La gama
cromática oscilaba alrededor del púrpura.
Brannon se enjugó la frente.
 ¿No te gustaría decirle a tu viejo amigo qué hacemos acá, muchacho?
 Voy a hacer mejor que eso: echa un vistazo.  Cramer abrió la puerta de un ropero,
corrió a un lado las perchas de ropa, y detrás, lentamente, un panel se hundió en el piso
dejando al descubierto un espacio más allá.
 Astuto, ¿eh?  dijo Cramer.
Los dos hombres pasaron a través de la abertura.
El piso tembló bajo sus pies y el panel se cerró. Estaban en un ascensor, yendo para
abajo.
 ¿Tocaste algún botón, hijo?
 No.
 Automatizado, ¿eh?
 Con mi mente, Doc.
 Claro, hijo, claro.
Descendían en la oscuridad. Ninguna luz iluminaba el pozo. Su travesía se hacía sin un
ruido.
 ¿Dónde para este artefacto?  indagó Doc.
 Debajo del edificio.
 Bastante profundo, ¿eh?
 Parece que hay niveles ocultos debajo de los cimientos.
 Eso es muy hondo. Ya lo creo. Mira, hijo, tengo la mayor confianza en ti, lo sabes.
Pero nosotros dos solos, bajando así. ¿te parece buena idea?
Cramer gruñó.
 Sólo Dios lo sabe. Ya lo veremos.
 Sin duda..., sin duda.
El ascensor se detuvo. Habían llegado.
Los dos hombres atravesaron una arcada. Pasaron de una pequeña habitación sin
amueblar a otra mayor. No había nadie.
Un puerta conducía a un vestíbulo que se perdía a lo lejos.
 Es grande el lugar, ¿no?  susurró Brannon.
 Más o menos de la misma amplitud que arriba.
 ¿Qué tienen aquí abajo?
Cramer hizo una mueca.
 No lo creerías, Doc.
 Oh, ya me he corregido, muchacho. Sí, realmente. Mi escepticismo quedó atrás.
 El globo azul.
 ¡Oh!  exclamó Brannon, mirando nerviosamente a su compañero.
Estaban recorriendo el vestíbulo. Aún no había indicios de actividad, pero el pasillo
estaba mejor iluminado. Doblaron en un recodo y el pasillo terminó.
La habitación en la que se hallaban era vasta, de techo muy elevado. Toda la pared
norte, de unos ocho metros de altura, era una masa sólida de maquinaria: tubos, cables,
perillas. Varias tinajas y grandes cajas de embalaje estaban diseminadas por el suelo.
 ¡Increíble!  alcanzó a susurrar Doc.
Había paneles fosforescentes alineados en el techo, en las paredes. La pieza,
profundamente enclavada bajo tierra, era clara como el día.
Se acercaron.
Una esfera con alambres estaba colocada sobre un trípode, a poca distancia de la
pared de la maquinaria, y emitía una pálida luz azul.
 Ahí está tu bebé  dijo Cramer.
 ¿El globo...? ¿Pero qué es? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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