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canta un gallo, se acuerda el profesor Gómez, se derogó la enseanza religiosa, se
aprobó la ley de divorcio y volvieron a abrirse los lupanares. Sube el off de la
marchita. Hubo una serie de razzias donde fueron detenidos varios amorales, como se
denominaba eufemsticamente a los de mi condición, dice el profesor. Sube ms el
audio de la marchita. Todos, aseguraba la prensa oficial, haban estudiado en colegios
religiosos.
Al separar la iglesia del Estado, hasta entonces socios, el General hizo un psimo
negocio. Los contreras radicales, socialistas y comunistas festejaron entusiasmados la
incorporación de los cristianuchos a sus filas. Sus nuevos aliados, tan inmaculados
como ellos. Que un descendiente de indios vistiera el uniforme del ejrcito
conquistador del desierto, era un aviso de su poder demonaco para infiltrarse y
corromper una sociedad que, hasta entonces, era occidental y cristiana. No le haba
bastado al tirano sublevar a la indiada, arrastrarla hasta enfrentar la mismsima
catedral metropolitana. Ahora tambin el enviado luciferino se abocaba a la
persecución de los devotos. No caban dudas, era el Anticristo.
Una prueba ms de su degradación eran sus visitas frecuentes a la UES, el centro
de educación fsica donde concurran innumerables jovencitas. El General, adems de
aplaudir partidos de sóftbol y botar yates, organizaba en la UES, con una frecuencia
alarmante, espectculos folklóricos donde daba ms de un discurso celebrando el
espritu deportivo de las chicas, que le dieron el ttulo de  maestro ejemplar de la
juventud . Los cristianuchos estaban escandalizados. Por esos das vino al pas la
Lollobrigida, recuerda el profesor Gómez, estrella de cine italiana, curvilnea por
donde se la mirase, con una opulencia que desnudaba insinuante en sus pelculas
escabrosas. Mientras el General la llevó a recorrer el centro de educación fsica, en las
casas de familias devotas se prendan velas y se rezaba.
Una maana venamos con La caminando por el Bajo cuando omos un rumor.
Son motonetas, Gómez, me dijo La.
El General, con su gorrita de beisbolista, cabalgando una siambretta, presida una
caravana interminable de chicas, todas montadas en motoneta. Haba que verlo al
General, con esa gorra que se haba dado en llamar pochito, con su tpica sonrisa
gardeliana, los dientes brillantes, manejando la primera motoneta. Haba que ver ese
serrallo innumerable de jovencitas, las melenas al viento, encolumnadas detrs. Sus
blusas, las polleras-pantalón que se usaban entonces, sus nalgas, glteos, muslos,
vibrando con el motor. Haba que verlas como las vimos nosotros, La y yo, envueltas
en un sol caliente. Las haba morenas, rubias y pelirrojas. Musculosas y espigadas.
Santiagueas, tucumanas y tanitas, cuando no una alemanita con ancestros del Volga.
Altas y bajas. Corpulentas y menudas. Atlticas y rozagantes, sonriendo a los
fotógrafos. Todo un ejrcito de vaginitas briosas.
Se te hace agua la boca, le dije a La.
No le causó gracia:
No seas tarado, Gómez. Hacme el favor.
Es una fiesta, le retruqu. O sos tan contrera.
Es una venganza, nene, se indignó. A ver si te avivs.
La estaba furiosa:
Son cautivas, dijo.
A propósito, le pregunt. Qu vas a hacer con la tuya.
Liberarla, me contestó.
Ya te aburriste, le dije.
Azucena no es como nosotros, Gómez.
De qu habls.
Si quers, te cuento, me dijo La. La otra madrugada haba conseguido un
champagne. Date una idea, Gómez. Tuvimos una de esas noches. En la madrugada me
despierto al or unos lloriqueos. Azucena estaba sentada en mi escritorio, lagrimeando,
mientras haca cuentas. Tendras que haberla visto, en camiseta y calzón. Resulta que
en Harrod s se haban apiolado de que Azucena les piantaba prendas. La haban
apretado de personal y ahora tena que rendir cuentas. Le pusieron dos opciones:
arreglaba la cuestión y, con las cuentas claras, renunciaba, o iba presa. Sobre su
renuncia no caba discusión. Mi viejo se muere si se entera, puchereaba Azucena,
mientras haca su balance de lencera. Y mi vieja me muele a tortazos. La hubieras
visto. Las lgrimas deslizndose por sus mejillas, por el cuello, mojndole la camiseta.
Tena los pezoncitos duros. Pobrecita, mi ngel. Esa maana tena que presentarse en
personal. El nico que sabe de esto es Pedrito, me dijo. Quin es Pedrito, le pregunt.
Un compaero de trabajo,un muchacho que ascendieron a jefe de compras. Es un
admirador, que est dispuesto a prestarme unos pesos para devolver el faltante. Quiere
casarse conmigo, agregó, ya se me declaró. Mir, le dije yo, en esto tens que ser
prctica. Agarrs la plata que te presta Pedrito, salvs el honor y renuncis. Y despus
qu, se angustió Azucena. Despus te pons a noviar con Pedrito. Que no se enteren
en la tienda porque a tu candidato lo van a poner en la calle por andar con una ladrona.
Y vos te vas a perder un partido próspero. Azucena se encrespó: Pero vos sos una
guacha, pens que eras distinta. La mir seria y le dije: Distinta a quin. A todos, me
contestó. Habamos tomado mucho y yo no tena ganas de discutir, pero Azucena s: [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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