[ Pobierz całość w formacie PDF ]

a su propia tripulación se agregaban los galeotes, apresuradamente liberados y
armados. El barco corsario se dirigió en línea recta hacia la presa de mayor
tamaño.
En una taberna de Onagrul, baluarte secreto de los piratas del mar de
Vilayet, voces perentorias pedían más vino. El líquido fresco y claro llenó la
copa de Artus mientras los hombres pedían que les contara todo lo ocurrido. El
canoso contramaestre bebió el vino con verdadera fruición y luego se limpió los
labios con el dorso de la mano, al tiempo que observaba a su auditorio.
 Sí, amigos  dijo al fin ; ¡tendríais que haber estado allí! La lucha fue
gloriosa cuando tomamos la primera nave. Luego nos dirigimos hacia el
Cimitarra de Yezdigerd. Debimos de parecerles una horda infernal, pero a
pesar de todo se dispusieron a rechazar el ataque. Cortaron los cabos de
nuestros arpeos con espadas y hachas de combate, hasta que nuestros
64
arqueros despejaron la cubierta cerca de la borda enemiga, y los garfios se
volvieron a clavar en la madera. Entonces saltamos como un alud, siguiendo a
Conan, y la lucha se generalizó con una violencia terrible. Todos los turanios de
la nave almirante eran guerreros diestros y veteranos. En su mayoría
pertenecían a la guardia personal de Yezdigerd, y luchaban bajo la mirada de
su rey.
«Durante algún tiempo, el resultado de la batalla fue incierto, a pesar del
feroz ataque de Conan, que cortaba las mallas y los brazos turanios como si
hubieran sido de madera podrida. El enemigo, sin embargo, mantenía una
perfecta unidad ante nuestras embestidas, y nos veíamos obligados a
retroceder como olas ensangrentadas frente a una costa rocosa.
«Luego escuchamos unos gritos de júbilo, pues algunos de los nuestros
habían saltado entre los galeotes y, después de abatir a los cómitres, iban
rompiendo las cadenas que sujetaban a los remeros. Éstos irrumpieron en
cubierta como una horda de lobos rabiosos. Se apoderaron de cuantas armas
pudieron, y volcaron contra sus antiguos amos el inmenso odio que sin duda
acumulaban en el alma. Sin la mejor preocupación por su propia vida, nos
apartaron a un lado y se precipitaron sobre los turanios. Algunos quedaron
inmediatamente ensartados en las espadas y lanzas enemigas, pero otros
trepaban sobre los cadáveres de sus compañeros para estrangular a los
hirkanios con las manos desnudas. Yo vi a un gigantesco galeote que utilizaba
el cuerpo de un turanio como maza, y con él derribaba a los enemigos sobre
cubierta. Por fin, el corpulento remero cayó con el cuerpo acribillado de flechas.
«Reinaba una gran confusión en la cubierta del Cimitarra. Las relucientes
filas reales vacilaron. Conan profirió uno de sus estentóreos y aterradores
gritos de guerra, y volvió a atacar. Lo seguimos, dispuestos a vencer o a morir,
y la lucha se convirtió en un infierno de violencia. Poco a poco fuimos
aniquilando toda resistencia, y, desde la proa a la popa del barco, los
imbornales no daban abasto para dar salida a la sangre que había en las
cubiertas.
«Conan luchaba con la fiereza de un tigre. Su espada golpeaba con la
contundencia del rayo, y los cadáveres se amontonaban a su alrededor como
el trigo en torno al segador que empuña una guadaña. Intervenía allí donde la
lucha era más enconada, y su presencia constituía siempre un terrible estrago
para los hirkanios. Con toda su fuerza salvaje, el cimmerio se dirigió hacia la
popa, donde el propio Yezdigerd dirigía la defensa, rodeado de algunos
hombres elegidos.
»El bárbaro deshizo sus filas como un elefante a la carga. Los hombres
caían bajo su espada como muñecos. Finalmente, un grito de cólera surgió de
labios de Yezdigerd, y el rey en persona saltó hacia Conan para enfrentarse a
él. Creo que Yezdigerd no había visto al cimmerio anteriormente, pues su
sorpresa era evidente. Feroces juramentos surgieron de la boca de ambos
contendientes cuando iniciaron la lucha.
«"¡He visto tu mano en todo esto, maldito cimmerio!  aulló el rey turanio .
¡Por Erlik que ahora recibirás tu merecido! ¡Vas a morir, perro bárbaro!
«Y diciendo esto, asestó un horrible mandoble contra la cabeza de Conan.
Ningún hombre corriente habría podido esquivarlo o detenerlo, pero Conan
valía una docena de hombres. Lo paró mediante un movimiento demasiado
veloz para ser apreciado por la mirada. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • lastella.htw.pl