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camino, hasta que la claridad fue suficiente para proseguir. Antes de ponerse en marcha
miró hacia la carretera desde su escondite frondoso. ¡Horrorizado, vio a lo lejos dos
figuras que avanzaban a toda prisa hacia donde él estaba!
Con un jadeo de temor, volvió a adentrarse en el bosque. Era como buscar una aguja
en un pajar. Los segundos le parecían horas y sus oídos estaban atentos a cualquier
señal de sus perseguidores. Sudoroso, jadeante, con el corazón en un puño, corrió de un
lado a otro, desorientado por el pánico.
Perdida la serenidad, corrió cada vez más deprisa, hasta que tropezó en una piedra y
cayó. Se puso de rodillas y permaneció inmóvil, yerto, pues había oído voces. Aún
estaban lejos, pero no se atrevió a moverse. Su mirada cayó sobre la piedra en que había
tropezado. Era una losa ancha, casi cuadrada. En ella había algunos signos, medio
borrados por el tiempo. Apartó con indiferencia algunas hojas muertas, y ante sus ojos
sorprendidos apareció la siguiente inscripción:
«Aquí descansa el jardinero Carstairs, sirviente fiel hasta el fin; fue enterrado en este
lugar cumpliendo su última voluntad.»
Enterrado en este lugar cumpliendo su voluntad... ¡Pobre viejo Carstairs! ¿Era posible?
¡Si la tumba se hallaba sobre la cámara subterránea, entonces la entrada se hallaría a
sólo quince metros al sur! ¡Se arrastró con repentina esperanza por el suelo del bosque y
allí, en efecto, se alzaba un árbol conocido! Y, en su base, ¡un hoyo cubierto con hojas!
Las voces se alejaban y él se metió con impaciencia en el hoyo, apartando las hojas con
los pies. Luego sacó un gran brazado de hojas y desapareció después de cubrir
nuevamente la entrada con aquél; ya dentro, buscó raíces cortadas e hizo un bastidor
para completar el camuflaje de su escondite. En plena tarea hizo un alto, espantado, al oír
voces cerca. No pudo entender lo que decían y aguardó un buen rato, con el ánimo en
suspenso. Luego volvió a oír las voces. ¡Alejándose!
Llegó el invierno y los sapos volvieron a sus escondrijos bajo el barro del pequeño lago,
donde antaño estuviera el estanque. La primavera siguiente, el gran árbol había
comenzado a extender una nueva red de raíces, que cerrarían para siempre la entrada de
aquella cámara blindada de plomo donde, en oscuridad total, una figura inmóvil yacía
entre edredones. Los últimos pensamientos del durmiente lo habían trasladado en
imaginación a su juventud, y el rostro blanco como la cera mostraba una débil sonrisa,
como si Winters hubiera descubierto por fin el secreto de la felicidad humana.
* * *
Como otros muchos autores de ciencia-ficción, Manning tuvo un período de esplendor,
y luego no se supo más de él. Publicó quince relatos entre 1932 y 1935, y más adelante
ninguno. Fue un caso parecido a los de Meek y Tanner.
Me parece que puedo explicar el porqué. En aquella época, los autores de ciencia-
ficción no ganaban casi nada y aun eso después de muchos retrasos. Por tanto, la gente
no perdía el tiempo en una ocupación tan poco lucrativa, salvo casos de verdadera
vocación.
Manning fue uno de los autores cuya falta sentí más. Como en aquella época yo
desconocía los mecanismos económicos de la literatura, solía preguntarme tristemente
por qué habría dejado de escribir. Aparecieron cinco entregas más en números
correlativos de la revista. En cada una de ellos. Norman Winters continuaba su viaje a
través del tiempo y conocía otra sociedad insólita.
Pero me interesa subrayar ante todo que, ya en la primera entrega, Winters hallaba una
sociedad perjudicada por el irresponsable consumo de carbón y petróleo que hicieron sus
antepasados, y que se ajustaba a un severo ciclo de recuperación impuesto, en parte, por
el despilfarro secular.
En la década de los 70 todos conocemos la crisis energética y padecemos sus
consecuencias. Manning lo comprendió hace cuarenta años, y yo también gracias a él.
Del mismo modo, estoy seguro, lo comprendieron los más conscientes de entre los
jóvenes lectores de ciencia-ficción.
¿Es eso evasión?
No es poco el mérito de una literatura de evasión que consigue alertar a sus lectores
frente a las consecuencias del derroche de combustibles fósiles, cuarenta años antes de
que los adultos supuestamente más razonables y sensatos se dieran cuenta de que ahí
tenían un problema digno de reflexión.
Hube de advertir también que la visión futurista de Manning implicaba, no sólo nuevos
inventos, sino nuevas sociedades, nuevos modos de pensamiento, nuevas modificaciones
del lenguaje. No lo olvidé. Cuando llegó el momento de escribir mi novela sobre el tema
de los viajes a través del tiempo, The End of Eternity, cerca de veinte años después, lo
tuve en cuenta.
El año 1932 fue memorable, además, por la tan esperada continuación de Tumithak de
los corredores. Este cuento había sido acogido con entusiasmo y muchos lectores
solicitaron una continuación.
Pero Tanner, por lo visto, no era escritor prolífico, y la continuación, Tumithak en
Shawm, no apareció sino un año y medio después, en «Amazing Stories» de junio de
1933.
TUMITHAK EN SHAWM
Charles R. Tanner
Prólogo
Cinco mil años han pasado desde que los shelks, abandonando su planeta nativo,
Venus, invadieron la Tierra y desplazaron a la humanidad de la Superficie hacia los
túneles y corredores que constituirían su hogar durante veinte siglos. Cuando por fin
emergió dio lugar a una nueva Época Heroica, y hoy nosotros consideramos a los
dirigentes de aquella gran rebelión poco menos que semidioses.
De todas las tradiciones distorsionadas y exageradas, tal vez la más abundante en
maravillas y prodigios sea la de Tumithak de Loor. Fue el primero, y en realidad el más
grande de una larga serie de exterminadores de shelks. Desde el principio, los hombres
se han inclinado a atribuirle poderes sobrenaturales, o cuando menos sobrehumanos, y a
conferirle incluso la categoría de elegido por la Providencia.
Sin embargo, y gracias a los datos que hemos obtenido en recientes investigaciones
arqueológicas, nos es posible reconstruir aproximadamente la vida de aquel gran héroe
de manera racional. Descartando profecías, milagros y maravillas, nos queda la biografía
de un joven que, inspirado por relatos de las grandes hazañas del pasado, decidió
arriesgar su vida para demostrar que los shelks eran vulnerables y podían ser vencidos.
El autor ya ha narrado a los lectores cómo demostró esto a su pueblo; ahora presenta la
crónica de sus siguientes hazañas, en esta continuación de las aventuras de «Tumithak
de los Corredores».
1 - Shawm
El largo corredor se extendía casi hasta donde abarcaba la vista; sus bellas paredes de
mármol resplandecían bajo una gran cantidad de luces multicolores que, artísticamente
dispuestas en los muros, producían en el corredor un efecto de agradable suavidad. Las
figuras y motivos geométricos tallados en la fina piedra blanca parecían hechos a
propósito para contrastar con las luces, produciendo un armonioso efecto de bajorrelieve.
En algunos lugares los umbrales estaban decorados con grandes puertas de bronce que
ostentaban orlas y figuras cuya belleza rivalizaba con la de los muros. Otros umbrales
carecían de puertas, pero se cerraban con grandes cortinajes y tapices, bordados con
hilos de oro y plata y teñidos de todos los colores del espectro.
Pero las bellezas de aquella magnifica galería eran vanas, pues en toda su longitud no
existía ni un solo espectador capaz de apreciarlas. Por otra parte, el espeso polvo que
cubría el suelo y las telarañas de las paredes indicaban que estaba abandonada desde [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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